En estos momentos, no son pocos los que se preguntan por qué Europa se está escorando a la ultraderecha y qué se puede hacer para detener o revertir el movimiento. Y el problema no son las respuestas, el problema es la respuesta. La respuesta que no queremos leer ni comprender.
Fíjense, hoy en el diario El País, Enric González achacaba el triunfo de la ultraderecha a la desconfianza de la sociedad, lo que le hace consumir líderes políticos con ansiedad. Una versión que reparte las culpas entre la ciudadanía y los partidos políticos. Concita de Gregorio Borràs, en el mismo diario, culpaba a la clase política italiana de izquierdas por no hacer política y entregarse a la tecnocracia. En ambos casos, concluyen lo mismo: los italianos han votado ultraderecha por probar. Menos mal que Hitler no se presenta a unas elecciones en Alemania, porque Giorgia Meloni es una reconocida admiradora de Mussolini. Así está el patio.
Sin embargo, dando por cierto los anteriores y muchos otros argumentos, es muy probable que todo sea más sencillo de lo que muchas veces cavilamos. Creo que, al final, los italianos, como casi todos, son —somos— mucho más primarios de lo que muchos pretenden.
Seres primarios
Porque, al final, según mi experiencia, todo se reduce a lo mismo: el pan. Los italianos —como nosotros— están dispuestos a pasar por muchas cosas, pero que nadie les quite el pan.
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